sábado, 17 de mayo de 2008

Et Daemon antelucanum me osculabatur

Algo no tan bueno... la verdad hubiera preferido que quedara menos forzado.


La oscuridad que calla se ha enemistado conmigo y
son las vísceras de lo que era antes lo único que veo.
Vuelo, desencantando mi fe en el tibio regazo de quien
aún no conozco.
Grito, e inhalo el incienso que arde, lenitivo de lo que
ya intimo y a veces odio.
Es un eterno galimatías,
una mano se acerca a acariciar tercas mejillas y
se antoja a cruel juego de dudas que termina por
yacer en mi lecho.
Mientras son mis manos, las que son comidas por las ratas,
inútiles testigos de mi constante perecer.
Es un dolor como juego ajeno y me escondo de la ausencia
que parece moverse desde lejos…
Ya no insisto y me dejo caer buscando el beso que no es mío,
solo el lloriqueo infantil.
Son lágrimas que mueren, de las que nadie sabe, con sonrisa tosca
y unos mortecinos parecen vomitar vítores hacia mí.
Descanso sobre mis heces para amanecer en embeleso y en sendos
desiertos leo mis venas y enfrío mis brazos, es mi bailarina de
cuerda que sonríe y me embriaga con la peste de sus ojos.
Siento el agua fría sobre mi piel, tiemblo y no me percato
solo de aquello, el ángel que me escupe desde lejos su belleza es
como me despeño sobre mi esqueleto al cual me aferro contemplando
el secreto que se refleja en la tarde y cuelga de tu seno.
Será mi día cuando hieda tu carne cruda y mi sombra la sustente.

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