sábado, 10 de mayo de 2008

Memorias de Irem

Una serie de cuentos recreativos inspirados en la obra de H.P Lovecraft... trataré de seguir subiendo el resto.

Memorias de Irem

Las cien velas aplacan el incienso que parece arrastrarse de entre lo lejano, mirad como canta el pájaro muerto desde la rama del árbol negro. Allá más allá de donde las sombras teman aparecer, caigo, trémulo, en la antigua ciudad de Irem que parece fascinarme rodeada casi envuelta por sus miles de pilares, místicos días que no volverán. El extraño trino de aquellas lenguas desconocidas que hoy recuerdo con apatía, aún asoman una miedosa risa en mis labios…. ¡Qué los dioses se apiaden de mi memoria!
Vívidos recuerdos de las hermosas calles que ya no son, del latente miedo que inspiraban los cantos a Ubbo-Sathla y Hastur y los infinitos cuentos de Nyarlatothep, rezo por que mantenga su perenne sueño submarino.
Y aunque mi cuerpo se encuentra aquí, mi mente está allá y llora de miedo al presenciar los secretos que conmigo morirán, secretos tan oscuros, que son difíciles de revelar, pero tan urgentes como el aire para esta magra raza condenada de hombres.
“El trato hecho con los Antiguos no ha sido borrado de sus mentes y aguardan el día de su nuevo ascenso para castigar nuestro olvido”- proclamaban los insípidos sacerdotes convertidos a la locura.
Y ahora estas páginas, que espero lleguen a manos juiciosas, serán mi memento, un esfuerzo único con el fin de haceros recordar o que tan imprudentemente hemos relegado. Por meses, o años ya no sé la diferencia vagué por los insondables desiertos, interminables hambrunas y accidentes no parecían terminar con a chispa que mi vivir, sin entender éste porqué, caí irremediablemente en llamada por ustedes demencia… ¡Sea la ira de los dioses aplacada! Esta demencia que se consumió hasta el tuétano, trajo luz donde en mi cabeza solo sombras y me abrió las puertos de la ciudad de Irem, la de los Mil Pilares y calles como nubes.
Allí conviviendo con su gente y aprendiendo su nunca oída jerigonza, me enteré someramente de los pactos, dioses, y tratos olvidados, tratos que ahora costarán una extinción, esto gracias a aquellos que cobraron la vista.

Oí de Nyarlatothep, el que yace en las profundidades en eterno sopor, del Cthulhu, Hastur y Ubbo-Sathla que eran llamados por Ellos con miedo y horror los Antiguos, quienes no han de desconocer la afrenta que ahora los confina a su encierro.
Todas estas infinitas condenas llenábanme de horrores a los que se aferró mi mente con yugo sempiterno, y condujéronme al concejo de aquellos idiotas sacerdotes.
Éstos sin mínima reserva me adentraron en su fatídico culto de sangre cuyas iniciaciones y tormentos se me antojaban como cruentísimos sacrificios, tales horrores efectivamente parecían transportar a sus practicantes a la insanidad.
Y así yo como único iniciado posaba desnudo e invisible ante veinte criaturas veladas, tan veladas como los recónditos que me serian dados, danzaban estúpidamente a mí alrededor, frente a mí solo centelleaba un ornado estilete que dormitaba majestuosamente sobre una grabada ara de piedra casi sepultada en la tierra roja a la que ya se habían acostumbrado mis pies. Mi rol tan evidente como necesario fue límpidamente ejecutado, encaré aquel filoso demonio y fácilmente lo dejé deslizarse por mi garganta, inmediatamente me desplomé abrumado entre la pérdida de sangre y los estruendosos chillidos emitidos por las sombras de mis maestros, abrazado a la tierra que se encontraba cálida por la sangre que parecía no mermar débilmente pude la roca labrada ahora teñida color vida salida de su posadera, grácil cual pluma levitaba rígida y sus caracteres antes desconocidos cobraron un sentido ignominioso, manaba miedo como la vida de mi garganta, y del bache recién hecho surgieron broncíneas serpientes, aquellos chillidos sonaban más desafiantes cada segundo y los ofidios mordieron y murieron en mis muñecas hasta desaparecer como polo y pronto todo acabó, al unísono que una peste embargaba aquel lugar maldito de delirio, restablecido ansié por el reencuentro con mis mentores, mas solo me topé con sus ropajes ceñidos de aquella sustancia fétida que profanaba la estancia. ¡Oh ignorancia ansiada que añoro!, así finalmente perdí pacientemente mi cordura…

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